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martes, 15 de mayo de 2012

«Si todo el talento que hay en la universidad se pone al servicio de la pacificación del planeta, podemos dar un salto cualitativo enorme»

Francesc Torralba (Barcelona, 1967) es filósofo, ensayista y teólogo.

Francesc Torralba (Barcelona, 1967) es filósofo, ensayista y teólogo.

Presidió el primer congreso internacional Edificar la Paz en el Siglo XXI, organizado por la Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU y la UB, del 23 al 25 de abril.

Presidió el primer congreso internacional Edificar la Paz en el Siglo XXI, organizado por la Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU y la UB, del 23 al 25 de abril.

Es presidente del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña, director de los Institutos de la Paz de la Universitas Albertiana y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura de la Santa Sede.

Es presidente del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña, director de los Institutos de la Paz de la Universitas Albertiana y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura de la Santa Sede.

14/05/2012

Entrevistes

Francesc Torralba (Barcelona, ​​1967) es doctor en Filosofía y Teología por la Universidad de Barcelona. Es autor de un gran número de ensayos de temas diversos, especialmente de los ámbitos de la filosofía, la ética, la pedagogía y la religión. Actualmente es presidente del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña y director de los Institutos de la Paz de la Universitas Albertiana. Recientemente ha sido nombrado consultor del Consejo Pontificio de la Cultura de la Santa Sede por Benedicto XVI.

Torralba presidió el primer congreso internacional Edificar la Paz en el Siglo XXI, organizado por la Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU y la Universidad de Barcelona. Del 23 al 25 de abril, el encuentro reunió, en el Edificio Histórico de la UB, a 500 congresistas de todo el mundo con el objetivo de contribuir a la reflexión y la investigación respecto a los retos que conlleva edificar la paz en el siglo XXI en un contexto internacional.

Acaba de finalizar el primer congreso internacional Edificar la Paz en el Siglo XXI. ¿Cuáles han sido las particularidades del congreso?
Este congreso se ha preparado con mucho tiempo —hemos estado preparándolo durante más de dos años y medio—, ya que queríamos que fuera muy singular, no un congreso más. Por una parte, queríamos reunir a académicos (por lo tanto, universitarios, investigadores y profesores de distintas universidades del mundo) y entidades que trabajan por la paz en diferentes lugares del mundo (los conocidos como agentes de paz en lugares donde hay conflictos interétnicos, intersociales, interreligiosos, etc.).

Por otra parte, queríamos que, además de las ponencias y las comunicaciones —un elemento habitual de los congresos—, también hubiera un diálogo entre expertos sobre el tema. La respuesta ha sido muy buena, ya que hemos contado con casi 500 participantes de los cinco continentes y se han hecho más de 60 comunicaciones de muchos países, sobre todo latinoamericanos, y unos ponentes procedentes de lugares muy diversos, desde China hasta Latinoamérica, y, naturalmente, también de Europa. Eso ha permitido tener una visión muy cosmopolita de la paz.

Expresamos las conclusiones del congreso en el Manifiesto de Barcelona por la Paz, que se presentó en el acto de clausura. Es un manifiesto que ha elaborado el Comité Científico del Congreso en el que se recoge el trabajo precongresual —otra novedad del congreso— y las ideas básicas más consensuadas que se expresaron en el encuentro. Los congresos suelen clausurarse con una conferencia final, pero nosotros hemos querido ir más allá: nuestra preocupación era poder dialogar e identificar de qué tesis mínimas podemos partir todos con el fin de edificar la paz en el siglo XXI. Eso ha sido posible gracias a ese año de trabajo precongresual.

¿En qué consistió ese trabajo previo al congreso?
El congreso se estructuraba en seis ejes temáticos: desarmar la historia; identidad y nacionalismos; justicia y estructuras sociales; mediación y cultura de paz; medios de comunicación y paz, y repensar la democracia. Cada eje temático tenía un grupo de expertos de unas seis u ocho personas que, durante el año, se han encontrado tres veces para discutir el contenido de un área en concreto. Por ejemplo, yo lideraba un grupo de expertos dedicado a conflictos identitarios y relaciones entre identidades nacionales, étnicas, culturales, religiosas, etc. Nos ha sido muy útil ese trabajo para ver qué entendemos por identidad, si las identidades son realmente un obstáculo para la paz, si se puede construir una idea de identidad alternativa, cómo podemos deshacer tópicos, prejuicios, precomprensión que tenemos sobre el otro, etc.

¿Cuáles son los principales desafíos de la paz?
Hay tres: el primero, la justicia social. Nosotros partimos de la idea de que para pacificar un ámbito, desde un hogar hasta un país —por no hablar del planeta—, debe haber práctica de la justicia. Donde hay injusticia, difícilmente hay paz. Si una persona es tratada injustamente, ve vulnerados sus derechos, no puede comer, no puede educarse, no puede tener acceso a la salud, etc., pues, naturalmente, aquí hay un conflicto entre los que tienen y los que no. Y eso puede verse en un espacio pequeño, como puede ser una casa, pero también en el ámbito planetario. Por lo tanto, trabajar por la paz es trabajar por la justicia social.

El segundo es la administración de la memoria: cómo narramos la historia, cómo se la explicamos a nuestros hijos. ¿Por qué? Porque podemos convertir a las generaciones del presente en armas a causa de los resentimientos y las luchas del pasado. Entonces, ¿cómo gestionamos las heridas del pasado, cómo las contamos? Nosotros no podemos cambiar la historia del pasado, pero sí podemos ser constructores de una historia futura. Por lo tanto, no hay duda de que tenemos que narrar la historia, porque es una lección de vida; pero lo que realmente tenemos que hacer es administrarla de tal modo que no se convierta en un factor de futuras batallas por resentimientos históricos, o bien por conflictos que tuvieron lugar hace cincuenta, sesenta, cien o doscientos años.

Y el tercero, el tema de las identidades. Muchos conflictos son identitarios, entre etnias, grupos religiosos, grupos culturales, etc. En España mismo hay una situación muy frágil de reconocimiento de identidades y nacionalidades, y de imperialismo. A veces, incluso, se tiene la sensación de ser asimilados o colonizados. Por lo tanto, nos encontramos ante muchos conflictos identitarios en el mundo que tienen que pensarse. Por eso decimos que es necesario un nuevo concepto de identidad: una identidad porosa, permeable, integradora, de manera que la persona pueda tener múltiples pertenencias. Se trata de abordar la cuestión de las identidades de manera no excluyente.

Estos tres ejes me parecen básicos. Además, en este orden: justicia, administración de la memoria e identidad.

¿Qué papel tiene la universidad en la difícil tarea de edificar la paz?
El rol de la universidad es decisivo. Eso lo dijo Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco y presidente de la Fundación Cultura de Paz, en la inauguración del congreso a través de un vídeo. Es decisivo porque en la universidad hay buena parte del talento de la sociedad: investigadores, profesores, creación de pensamiento, creación de ciencia, innovación, tecnología, etc. En este contexto, no podemos ver la cuestión de la paz como una cuestión menor. Si todo este talento se pone al servicio de la pacificación del planeta, podemos dar un salto cualitativo enorme. El problema es que lo hemos puesto al servicio de otros fines. Pero si esas mentes, si ese talento conectado, pudieran ponerse al servicio de mejorar las condiciones de vida de tantos seres humanos… La universidad puede liderar este proceso.

También hay que decir que muy a menudo, en muchas universidades, los estudios de paz, o bien no existen, o bien son marginales. No es el caso de la Universidad de Barcelona, ​​ni el de otras universidades de España como la Universidad de Granada o la Universidad Jaime I, en las que la cuestión de la paz es objeto de estudio. La universidad no puede quedarse al margen, es un actor social importante que puede contribuir a la paz.

Además, la paz siempre es una cuestión de corresponsabilidad. Lo decía en mi presentación del acto inaugural del congreso: no depende solo de un actor, depende del individuo de la calle: cómo pacifica su entorno, su familia, su escuela, su sindicato, allí donde esté. Y depende, lógicamente, de aquellos que tienen la máxima responsabilidad en un país, en una nación o en un estado: los que dictan las leyes y toman decisiones. Pero no hay nadie que esté eximido de este trabajo.

De hecho, el Manifiesto de Barcelona por la Paz recoge lo siguiente: «Toda persona está llamada a ser agente de paz». Pero, ¿cómo se pone en práctica eso en la sociedad? ¿Falta conciencia ciudadana?
Existe la tendencia a delegar el trabajo de la pacificación del mundo en el otro. Toda la responsabilidad se le imputa al jefe de gobierno, al jefe del estado, al ministro de turno… Se tiende a delegar esta actividad, como si la paz fuera demasiado grande para contribuir a ella. En cambio, en el congreso hemos querido dar el mensaje de que todo ser humano está llamado a ser un agente de paz y de eso debemos tomar conciencia todos, porque verdaderamente 2011 ha sido un año terrible desde el punto de vista mundial, con guerras abiertas en muchos lugares del mundo, bajas humanas, pueblos arrasados, exiliados, refugiados, etc. Con tantas universidades en el mundo conectadas como hay en el mundo, ¿no se debería hacer lo posible junto con las entidades que trabajan a pie de calle en conflictos importantes para tratar de identificar los mínimos que debemos garantizar? ¿Y, sobre todo, para concienciar a las generaciones futuras?

¿Quizá, ahora más que nunca, esto sea un reto? Es decir, animar a la gente a que participe y se implique, ¿puede ser más difícil en el contexto de crisis actual, en el que impera cierto desánimo?
La crisis puede ser un factor de movilización. De hecho, lo hemos visto con los indignados del 15-M. Este movimiento nace como consecuencia de una situación de gran precariedad e impotencia. En lugar de indignarse en la cocina de casa y gritar porque las cosas no van bien, las personas indignadas salen a la calle y se reúnen. Por tanto, la crisis puede ser movilizadora. Ahora bien, también es necesario algo más complicado que la indignación, que es el compromiso, y eso sí que nos cuesta (la vinculación sólida a una ONG, a un proyecto, a una entidad, etc.). Porque, si no, no podemos transformar la realidad individual. La realidad se transforma corresponsablemente, creando red, creando vínculos. Y eso implica tenacidad, constancia, organización, donación de tiempo personal, etc. Y verdaderamente vivimos épocas de muy baja implicación social. El porcentaje de personas comprometidas es extraordinariamente bajo, en relación con el número de personas que podrían hacerlo. Y no hablo solo de partidos políticos, hablo de ONG, de comunidades religiosas, de comunidades de trabajo, de sindicatos, etc. Y eso sí que da que pensar, porque quiere decir que hay una gran apatía, una gran indiferencia y un tipo de ciudadano espectador, y no de ciudadano actor. Y aquí lo que queremos decir es que todo ciudadano está llamado a ser un actor de paz.

De ahí uno de los principales objetivos del congreso…
Sí, uno de los objetivos, pero no el único. También nos preocupa, por ejemplo, el papel de los medios de comunicación. Por eso en el congreso había un eje dedicado a paz y medios de comunicación, ya que son un actor fundamental, porque pueden dar a conocer lo que se está haciendo. Si no se explica lo que se hace, la impresión del ciudadano es que el mundo se cae a pedazos y que no hay constructores de paz, ni iniciativas pacificadoras.

El congreso, por ejemplo, no ha tenido la repercusión que se esperaba en los medios generalistas, a pesar de que se ha hecho un trabajo intenso de difusión. Es decir, 500 expertos de los cinco continentes dialogan sobre la paz en el Paraninfo de la UB y no se entera nadie. En cambio, cuatro energúmenos queman un contenedor en el paseo de Gràcia y llega a la portada del New York Times. Está claro que así no vamos bien.

La labor del congreso no acaba aquí. Tengo entendido que tienen previsto transmitir las conclusiones a la ONU…
Sí, queremos llevarlas a Nueva York, a la ONU, a raíz de la Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU, cuando se llevó el texto fundacional al secretario general de la ONU.

¿Por qué a la ONU? Somos conscientes de su fragilidad, de la historia que tiene y de los errores que ha cometido y que comete. Pero es una autoridad internacional creada en 1945 con la finalidad de pacificar el mundo, de hermanar a los pueblos, un lugar donde las naciones pueden dialogar para resolver sus conflictos mediante la palabra y no mediante los tanques. Por lo tanto, nos parece que es el órgano internacional al que podemos transmitir esto. Otra cosa es el seguimiento y el caso que se haga de él... Eso ya no depende de nosotros, pero al menos que vean que la sociedad civil organizada, con el sello Barcelona, ​​ha tirado adelante esta iniciativa. Y ha pasado esta antorcha a otros. Porque Barcelona ha sido el primer peldaño, pero ya hay continuidad: se ha pactado un segundo congreso, que tendrá lugar en 2014 en la Universidad de La Salle de Bogotá (Colombia). Pues bien, si el trabajo que hemos llevado a cabo y algunas de estas conclusiones pueden iluminar la cabeza del secretario general, de sus subordinados o de algunas comisiones que trabajan allí, bienvenido sea.

Usted es docente universitario. ¿Cómo cree que la comunidad universitaria puede contribuir en el día a día a edificar la paz?
Yo creo que los profesores, los docentes y los investigadores deberíamos ser capaces de salir de nuestra pequeña área del saber, que a veces nos parece que es la más importante y que es sagrada, y formar la conciencia social y ciudadana de los estudiantes. Y eso quiere decir animarles a implicarse, a entender las heridas que hay en el mundo, que ellos son agentes activos y no meros espectadores. Si hacemos esto, creo que hacemos una parte importante de nuestro trabajo.

No podemos entender la universidad solo como un dispensario de conocimientos y de información. En la docencia y en la investigación tiene que incluirse también la dimensión cívico-social. La universidad es un lugar al que van llegando estudiantes continuamente y no podemos permitir que estén cuatro años en ella sin sensibilizarles lo más mínimo. Y si de la UB, o de cualquier otra universidad del mundo, podemos conseguir que aquel estudiante, además de tener una buena facultad para ser ingeniero o médico, tenga también sensibilidad por la justicia, eso ya pacifica el mundo. Pero eso implica que se lo tenemos que decir e insistir en ello: hay que hacer entender al estudiante que él, como futuro médico, ingeniero, abogado, filósofo, maestro, periodista, etc., puede contribuir a la pacificación del mundo.

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