Los dirigentes europeos esgrimen la idea de una mayor integración como la clave para salir de la crisis. Pero no son más que palabras vacías arrojadas con la más perfecta ligereza, se revuelve un historiador portugués.
Rui Tavares
¡Pobres palabras! Son las primeras víctimas de los dirigentes europeos, que usan y abusan de ellas hasta el punto de que acaben por no querer decir ya nada.
Por "solidaridad" el alemán entiende lo siguiente: "Ahí vienen esos molestos europeos del sur a pedirme dinero". Por "solidaridad" el griego entiende: "Ahí vienen esos molestos alemanes a imponerme más sacrificios". Para ciertos agentes políticos, "federalismo" es una palabra vacía que les sirve para darse aires de moderno; para otros, una palabra vacía que sirve para meter miedo. Pero ni para los unos ni para los otros tiene "federalismo" su sentido original de descentralización y democracia.
Sarkozy llegó incluso a emplearla como sinónimo de sistema intergubernamental, cuando es justo lo contrario. Y cuando faltan las palabras, se dice que es necesario que haya "más Europa", expresión que no quiere decir en sentido estricto nada: quizá necesitemos más democracia, más integración, más cohesión: de todo esto se sabe qué quiere decir. Pero más Europa, yo no sé qué es.
Objetivos nefastos
Justo antes del verano, el "crecimiento" conoció su hora de gloria. Nuestros eurojefes hicieron una "cumbre del crecimiento", y los socialistas en particular vociferaron por el crecimiento. Hollande lo avisó: solo firmaría el nuevo pacto fiscal con la condición de que lo acompañara un plan para el crecimiento. Hubo un momento en que se anunció que se iban a dedicar poco más de cien mil millones de euros a proyectos que sostendrían el crecimiento y el empleo. Es decir, una décima parte de lo que se prestó a los bancos en dos días, pero en fin...
Casi, casi nos engañan, ¿a que sí? Unos meses después, Francia está dispuesta a firmar el tratado fiscal, que vacía de sentido al Parlamento Europeo, fija objetivos irreales, incluso nefastos, y esboza un modelo que, si se lleva a cabo, acabará por destruir la Unión por el supuesto bien del euro, y no salvará ni al uno ni al otro, ¿Y los fondos de crecimiento? De creer las últimas noticias que circulan por el Consejo de la UE, Francia se negaría a poner su parte.
Sería solo triste si no fuese tristísimo. Cada país de la Unión juega con el destino de los otros países sin comprender que se trata también del suyo.
Oídos sordos
El ejemplo más claro es el de la evasión fiscal. Como todo el mundo sabe, la casi totalidad de las veinte mayores empresas de la Bolsa de Lisboa, a fin de escapar de sus obligaciones contables y de los impuestos que se les exigen aquí, tienen su domicilio fiscal en los Países Bajos. Los Países Bajos hacen oídos sordos a las reclamaciones de los países víctimas, entre ellos Portugal, que de todas formas, a decir verdad, no hacen gran cosa contra el problema.
Eso sí, ha sido muy oportuno que se descubriese en plena campaña electoral que la compañía ferroviaria holandesa (pública, por encima del mercado) practica también la evasión fiscal, en Irlanda. Los políticos holandeses se conmocionan, se indignan, de que se pueda hacer exactamente lo que su país les deja hacer a otros.
Y Holanda no es ni siquiera el ejemplo más indecente. En el otro extremo de Europa, geográfica y políticamente hablando, Chipre, dirigida por un Gobierno del Partido Comunista, ha cerrado con Rusia un acuerdo que permite a los oligarcas rusos escapar de la imposición fiscal en su país y hasta blanquear dinero sucio. En Chipre no solo es fácil abrir una cuenta bancaria, pues no es obligatorio dar el nombre, sino que lo es abrir un banco. Los rusos, como es natural, sacan provecho de ello; toda coincidencia con el tráfico de armas rusas hacia Siria es, claro está, puramente fortuita.
¿Y no se puede hacer nada? Las prioridades las fija la presidencia del Consejo. Sin embargo, esa presidencia le corresponde ahora a Chipre... Y le sucederá Irlanda.
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