José Manuel Barroso, Herman Van Rompuy, y ahora un grupo de 11 ministros de Asuntos Exteriores: todo el mundo en la UE propone un mayor grado de integración como vía para salir de la crisis. Pero el Reino Unido opta por permanecer al margen y las distancias podrían llegar a ser insalvables.
Nadie sabe cómo y dónde acabará todo. Pero lo que está claro es que con cada semana que pasa en la mayor crisis de Europa, Gran Bretaña y el resto de la UE avanzan en direcciones diametralmente opuestas.
Con las mentes concentradas en casi tres años de crisis del euro, Berlín lleva meses pidiendo que se vuelvan a revisar los tratados de la UE para facilitar una gran puesta en común o una transferencia (según como se mire) de la soberanía nacional para crear una eurozona federalizada, lo que equivale a un Gobierno europeo central de 17 países que asumiría una serie de prerrogativas sobre el gasto público y los impuestos. Gran Bretaña no apoya en absoluto esta propuesta.
La semana pasada, la Comisión Europea mostró su acuerdo con el anteproyecto alemán, mientras se revelaba la problemática legislación de la UE que convierte al Banco Central Europeo en el vigilante del sector bancario de la eurozona. Gran Bretaña también se mantiene al margen.
Más sentimiento de tristeza que de enfado
El martes, el ministro alemán de Exteriores amplió la política económica federalista a la política exterior y a la defensa, junto a otros 10 ministros de Exteriores de la UE, cuidadosamente elegidos para reflejar la corriente dominante de la UE que no incluye a Reino Unido: países pequeños, países grandes, miembros de la moneda única y otros fuera del euro, Estados occidentales clave y países más nuevos de Europa del Este. Lo más probable es que el consenso de los 11 países se convierta en una mayoría entre los 27 Estados de la UE. Gran Bretaña también se mantendrá aparte en este sentido. Los 11 incluyen a Alemania y Francia, los grandes, así como Italia, España y Polonia, que, después de Gran Bretaña, son los países más grandes de la UE.
En resumen, el aislamiento de Gran Bretaña es cada vez más patente, mientras que el distanciamiento entre ambas orillas del Canal de la Mancha aumenta y cada vez es más insalvable. Una situación que genera un sentimiento más de tristeza que de enfado.
Gran Bretaña cuenta con un gran apoyo y simpatía por su función en el continente, por la calidad de su contribución en materia de política exterior, de seguridad y de defensa, por su liberalismo pragmático, su función en la defensa de las libertades del mercado único, sus instintos anti-proteccionistas, la relativa calidad de su menguante ejército de eurócratas.
Pero también genera exasperación por su negatividad, la falta de espíritu de equipo, la aparente determinación de sacar partido del mayor apuro de Europa de todos los tiempos con fines nacionales o incluso de partidos políticos.
Convocar un referéndum
A Londres le cuesta cada vez más construir en Europa algo más que no sean alianzas únicas y generadas por problemas concretos. Polonia, por ejemplo, era una fuerza impulsora en las propuestas de política de exterior y seguridad radicales del martes. Hasta hace unos años, este país era un aliado natural de Gran Bretaña en el concurso europeo. No le debía nada a Francia, ya que París consideró la expansión de la UE hacia Europa del Este un juego con el que no ganaba nada y que disolvía la influencia francesa. Y la historia dictaba que Varsovia no se fiaría de Berlín. Pero desde entonces ha dado la espalda a Gran Bretaña, al calcular que aliarse con Alemania era más positivo para sus intereses nacionales.
En lo relativo al euro, a la futura federación política de la eurozona abierta y a la transferencia de poderes aún nacionales a las instituciones europeas, existen grandes diferencias entre los principales Estados de la UE, sobre todo entre Alemania y Francia. Algunas cosas no cambian nunca. Pero no se trata de un distanciamiento, sino más bien de una discusión sobre el establecimiento de los términos para unirse aún más. Es un proceso político en el que Gran Bretaña cada vez se encuentra más apartada, mirando hacia su interior.
Todas las pruebas, argumentos y lógicas apuntan a que los tratados europeos se volverán a abrir para modificarlos en un año, con el fin de hacer posible la transferencia de más soberanía nacional a Bruselas. Hay demasiadas cosas en juego como para tener en cuenta los problemas de David Cameron.
O bien logra volver a negociar los términos de la pertenencia de Reino Unido (y no le deben muchos favores) o bien tiene que convocar un referéndum en Gran Bretaña. Desde el punto de vista de Bruselas, la cuestión no es tanto si habrá un referéndum, sino más bien qué pregunta se incluirá en la papeleta.
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