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viernes, 20 de abril de 2012

El enfado del ciudadano de a pie

Hace cinco años, Nicolas Sarkozy era el candidato de "la Francia que se levanta temprano". Hoy es "el presidente de los ricos". Esta evolución es consecuencia de la política que ha llevado a cabo y demuestra lo mucho que ha cambiado el país con la crisis.

"Hace cinco años, voté a Nicolas Sarkozy, pero hoy estoy enfadado", afirma Michel Sieurin bajando la voz y soltando el martillo. "Me gustaba el eslogan de ‘trabajar más para ganar más’, pero Sarkozy no ha hecho nada para el ciudadano de a pie. Es el presidente de los ricos".

Hace veinticinco años que Sieurin es zapatero en Montivilliers, una pequeña población cerca de Le Havre, en Normandía. "El anti-sarkozysmo es un fenómeno de la élite parisina", declaraba recientemente la mujer del presidente, Carla Bruni Sarkozy. En la prensa cercana al poder se escucha la misma cantinela: si los medios literarios, los periodistas y los intelectuales se muestran hostiles hacia Nicolas Sarkozy, la "mayoría silenciosa" de los franceses no sería de esta opinión. El mismo presidente lo repite durante sus desplazamientos a las provincias, donde ¡sorpresa!, se encuentra con multitudes de partidarios. Quizás tendría que conversar con alguien como el zapatero de Montivilliers.

Sueños rotos

Sieurin, actualmente de 56 años, primero fue obrero en la metalurgia cuando era joven. Fue miembro de la CGT [sindicato cercano al Partido Comunista] y afirma: "Creí en el milagro cuando la izquierda llegó al poder con Mitterrand en 1981". Pero la izquierda pasó y permaneció el capitalismo. El zapatero ha visto cómo desaparecían muchas cosas: sus sueños de una sociedad más solidaria, su trabajo de carrocero de automóviles, al igual que el de miles de obreros en la región.

El 22 de abril y el 6 de mayo, los franceses elegirán a un nuevo presidente de la República. Michel Sieurin puede que vote en blanco. En su opinión, François Hollande "tan sólo es un liberal como los demás", es decir, un defensor de una doctrina económica odiada en el país. El radical Jean-Luc Mélenchon es demasiado agresivo para el zapatero de Montivilliers y del voto al Frente Nacional, ni hablar, por principio. "Algunos de mis amigos no piensan así" , explica. "Están enfadados y quieren demostrarlo, pero no son fascistas".

Montivilliers es una pequeña población como otras muchas. París sólo está a dos horas y media por carretera, pero en el ámbito cultural, aquí se vive a años luz de la capital. París es el centro neurálgico de todos los debates públicos, pero la Francia de provincias no vive al mismo ritmo. Aquí, las opiniones se forman con calma, en familia, entre los amigos cercanos. El desenlace de las elecciones depende de esta Francia.

El mapa de Francia está cambiando. Los sueldos bajos y los parados de larga duración se instalan cada vez más en las pequeñas poblaciones y en el campo. Por lo general, las grandes ciudades les hacen elegir entre viviendas a precios desorbitados y los guetos de mala fama.

"Aquí vivimos tranquilos", nos responden los habitantes de Montivilliers cuando se les pregunta cuáles son las ventajas de vivir en este lugar.

El desorden de Francia

La plaza central está rodeada de casas antiguas con entramados de madera, algunas de las cuales están en ruinas. Hace ya tiempo que no se celebran mercados en esta plaza. La abadía casi milenaria se encuentra en mejores condiciones, gracias al dinero del Estado. Sus actividades acabaron con la Revolución Francesa, cuando las monjas se negaron a jurar fidelidad a la República. Desde 1793, el edificio alberga una cervecería. Esta cervecería-abadía al menos sirve de lugar de encuentro. Allí es donde se reúnen los obreros, como Claude Far y Salim Khaoua. De 28 y 30 años respectivamente, estos dos hombres de origen argelino y marroquí se han vuelto "inseparables". Admiran a los alemanes por su canciller y sus coches y piensan que Francia está en decadencia.

En este sentido, están de acuerdo con la opinión predominante. Están saturados de libros y artículos que lamentan el desorden de Francia y la erosión del "modelo social francés" que encarnaba la palabra "igualdad". "Casi todos nuestros colegas están en paro", explica Salim. "No se pueden permitir ir a un restaurante como nosotros".

Claude y Salim tienen que viajar casi todos los días. Su trabajo consiste en controlar la seguridad de los reactores nucleares del país. Cobran sus salarios o bien asignaciones temporales cuando llegan al límite de exposición a la radioactividad y se les obliga a hacer una pausa.

Los dos pertenecen a esa "Francia que se levanta temprano" y a la que a Sarkozy le gusta tanto elogiar. "Nos había prometido a gente como nosotros que podríamos ganar más, pero de eso nada. Es el presidente de los ricos".

¿Y Hollande? "No, porque propone salir de la energía nuclear". ¿Marine Le Pen? "Quizás. Francia tiene que protegerse de la competencia. Pero la idea de volver al franco es absurda".

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