La Gran Transformación consiste en el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado.
O dicho de otra manera: de una sociedad con mercado a una sociedad sólo de mercado.
El mercado siempre ha existido en la historia de la humanidad, pero nunca había existido una sociedad sólo de mercado, es decir, una sociedad que coloca la economía como único eje estructurador de toda la vida social, sometiendo a ella la política y anulando la ética. Todo es vendible, hasta lo sagrado.
No se trata de cualquier tipo de mercado. Es un mercado que se rige por la competición y no por la cooperación. Lo que cuenta es el beneficio económico individual o corporativo y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente ese beneficio se consigue a costa de la devastación de la naturaleza y de la gestación perversa de desigualdades sociales. En este sentido la tesis de Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI es irrefutable.
El mercado debe ser libre, por lo tanto rechaza controles y ve como su gran obstáculo al Estado, cuya misión sabemos que es ordenar con leyes y normas la sociedad, también el campo económico, y coordinar la búsqueda del bien común.
La Gran Transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a las cuestiones ligadas a la infraestructura de la sociedad, al fisco, mantenido lo más bajo posible, y a la seguridad.
Todo lo demás debe ser buscado en el mercado, pagando.
El afán de mercantilizarlo todo ha penetrado en todos los sectores de la sociedad: en la salud, en la educación y el deporte, en el mundo de las artes y del entretenimiento y hasta en grupos importantes de las religiones y de las Iglesias.
Estas incorporaron la lógica del mercado, la creación de una masa enorme de consumidores de bienes simbólicos, Iglesias pobres en espíritu, pero ricas en medios de hacer dinero.
No es raro que en el mismo complejo comercial funcione un templo y a su lado un shopping.
En fin, se trata siempre de lo mismo: obtener ingresos, ya sea con bienes materiales o con bienes “espirituales”.
Mercantilización de todo, hasta del ser humano y de sus órganos
Quien estudió en detalle este proceso avasallador fue un historiador de la economía, el húngaro-norteamericano Karl Polanyi (1886-1964).
Él acuñó la expresión La Gran Transformación, título de un libro suyo escrito en 1944, antes de terminar la Segunda Guerra Mundial.
En su tiempo la obra no mereció especial atención. Hoy, cuando sus tesis se ven cada vez más confirmadas, se ha convertido en lectura obligatoria para quienes se proponen entender lo que está ocurriendo en el campo de la economía, que repercute en todos los campos de la actividad humana, sin excluir la religiosa.
Se cree que el papa Francisco se ha inspirado en Polanyi para criticar la actual mercantilización de todo, hasta del ser humano y de sus órganos.
Esta forma de organizar la sociedad en torno a los intereses económicos del mercado ha escindido a la humanidad de arriba abajo: se ha creado un foso enorme entre los pocos ricos y los muchos pobres.
Se ha gestado una espantosa injusticia social con multitudes descartables, consideradas ceros económicos, aceite quemado, que ya no son interesantes para el mercado porque producen irrisoriamente y no consumen casi nada.
Injusticia ecológica inicua
Simultáneamente la Gran Transformación de la sociedad de mercado ha creado también una injusticia ecológica inicua.
En su afán de acumular, los bienes y recursos de la naturaleza han sido explotados de forma predatoria, devastando ecosistemas enteros, contaminando los suelos, las aguas, los aires y los alimentos, sin ninguna otra consideración ética, social o sanitaria.
Un proyecto de esta naturaleza, de acumulación ilimitada, no puede ser soportado por un planeta limitado, pequeño, viejo y enfermo.
Y ha surgido un problema sistémico, al cual los economistas de este tipo de economía raramente se refieren: los límites físico-químicos-ecológicos del planeta Tierra han sido alcanzados.
Tal hecho dificulta, si es que no impide, la reproducción del sistema, que necesita una Tierra repleta de «recursos» (bienes y servicios o «bondades» en el lenguaje de los indígenas).
Total falta de regulación de los climas.
De continuar por este rumbo, podremos experimentar, como ya lo estamos experimentando, reacciones violentas por parte de la Tierra.
Como es un Ente vivo que se autorregula, reacciona para mantener su equilibrio afectado a través de eventos extremos, terremotos, tsunamis, huracanes y una total falta de regulación de los climas.
Esa Transformación, por su lógica interna, se está volviendo biocida, ecocida y geocida. Destruye sistemáticamente las bases que sustentan la vida.
La vida corre peligro y la especie humana podría, ya sea por las armas de destrucción masiva existentes o por el caos ecológico, desaparecer de la faz de la Tierra. Sería la consecuencia de nuestra irresponsabilidad y de la total falta de cuidado por todo lo que existe y vive.
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